Ahora que las noticias de los últimos días hablan del tema (leer noticia) y que los partidos políticos
parecen haber descubierto la parentalidad en sus vidas y van haciendo
propuestas a diestro y siniestro (que si toma meses por aquí, que si cheques
bebés, que si… yo que sé!) quiero recordar en mi ‘Diario de un Conciliator’ (que también podéis leer en la revista Capital Humano) mis
permisos paternales o, mejor, mis ‘exiguos’ permisos paternales.
Cuando el mundo civilizado habla
de varios meses de permiso para el padres, cuando los más avanzados de la clase
hablan, incluso, de aumentar el permiso y ¡superar al de la madre!, en España
continuamos con nuestro 2+13, es decir, 2 semanitas que dan para coger la
marcha a esto de la paternidad y… poco más.
Sin llegar a pretender adelantar
a los nórdicos, siempre ellos tan avanzados y tan rubios, todo lo que no sean
4-6 semanas para el padre y , sobre todo, dedicar tiempo en solitario al alien…
¡no me vale!
Y de ahí… para arriba. Así tomaremos plena conciencia de lo que
va esto, de las dificultades de ser padre, pero, sobre todo, de las bondades.
Porque ser padre es la mejor experiencia de tu vida y que no se puede premiar
con dos días como si fuera un concurso de redacción.
Porque sí, porque algunos
millennials, que me están leyendo, deben saber que mi generación tuvo 2 días de
permiso parental. De hecho, con la segunda me tocó el parto un viernes y el
lunes me tocó trabajar como un campeón. Eso sí, según llegabas a la oficina, te
tocaba pagar los cafés de toda la tropa al grito de ¡valiente!, sin olvidar la
mísera desgravación del IRPF… Hacienda… ¡Qué triste!
En tus dos míseros días, tenías
que hacer de ‘tó’… el Registro Civil, el pediatra, que si la comida de las
visitas, que si la compra en la farmacia… Si no fuera por las endorfinas de ser
padre estarías… ¡frito!
Salías corriendo del trabajo,
ahora que soy padre tengo nuevas y mayores responsabilidades, tengo que
conciliar y, arriesgando lo que no está en los escritos, armándote de un valor
infinito, cogías la puerta y salías a las 18.30, que, por cierto, era la hora
oficial, que no te estaban regalando nada… pero acababas oyendo al jefe
graciosillo diciendo ‘¿Qué? ¿Hoy media jornada, no?’ Me reitero. A las 18.30.
Y corriendo como alma que lleva
al diablo te presentabas en tu casa a las 19.30 al grito de ‘¿Qué tal las cacas
hoy? Pues eres un padre responsable y, además, te pedías el baño de las 8, que
es el único en el que podías contribuir.
En todo ese proceso con la lengua
fuera se te olvidaba preguntar por la madre que siempre es la mayor
‘perjudicada’ en estos temas. He dicho que era un padre responsable, no un…
¡marido responsable!
Con todo y con eso. Yo lo tengo
claro. Volvería a repetirlo. Pero, eso sí, con un permiso parental como merecemos.
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